jueves, 23 de septiembre de 2010

¿Para qué sirven las ONG?


A veces me hago esa pregunta. Y (salvo los clubes deportivos) pienso que solo son un parche del liberalismo. Es decir, al achicar las obligaciones y participación del Estado en la sociedad aparecen estos voluntariados que vienen a intentar poner equilibro a una disfunción del Estado. Entonces aparecen tipos y tipas bienintencionados dispuestos a ayudar. Nunca dirán, mire nosotros estamos acá porque el Estado, que es quien debería ocuparse, está ausente. Dirán: mire, vinimos porque nosotros sí que somos buenos y tenemos las mejores ideas. Me pregunto si todo ese esfuerzo personal, energías y fondos que manejan no deberían estar en poder de un Estado administrado con corrección, que se ocupe en serio del bien común, de los problemas sociales. Algunos me dirán que hubo ONG que fueron necesarias para la defensa de los derechos humanos, y yo vuelvo a preguntarme ¿y los organismos interestatales para qué están? Creo que estas organizaciones no son otra cosa que la negación de la política, como actividad esencial de la discusión acerca de los caminos, las normas, que pueden llevarnos al bien común de acuerdo al criterio de la polis. Existen porque se ha desmerecido o cercenado el rol de la política como actividad humana. ¿Missing Children? ¿y la Policía? ¿Greenpeace? ¿Y las Secretarías de Medio Ambiente? ¿Médicos sin Fronteras? ¿Y la Cruz Roja? Por cada una que aparece * se verá que hay un organismo estatal o interestatal creado para cumplir el objetivo que pregonan. Qué quieren que les diga, me hace acordar a las Sociedades de Beneficencia, que lejos de tender a solucionar los problemas de raíz, entretienen a los adinerados para (tal vez) lavar culpas. Encima pareciera que debemos agradecerles que existan.

* (En Argentina hay actualmente alrededor de 14.844 ONG reconocidas según el CENOC, dice Wikipedia, y en el gráfico pueden verse sus objetivos)

domingo, 21 de marzo de 2010

Causalidad vs. casualidad


-No creo en la casualidad, creo en la causalidad -te largan esos que insinuan tener un saber secreto. Creo que entretiene el juego de palabras: CASUA, CAUSA, es como decir: conozco la diferencia entre Baya y Cafia. El problema de algunos CAUSalistas es que no se guardan un pedacito para las cosas que suceden por azar: sorpresas, imprevistos imposibles (quién iba a pensar que...). Es como que para alguno de ellos todo está estipulado, ya en el plan de Dios (imaginen ese planificador), ya en un cúmulo de decisiones tomadas por la persona que ostenta un destino digno de mostrar. Entonces, todo lo que le sucede, le sucede al causalista porque lo dispone alguien ajeno a él (una energía, la borra del café, la cofradía de la luz solar), el que lleva el registro el libro de su vida o porque él mismo (arquitecto de su propio destino al fin) lo ha dispuesto y las piezas se movieron a su antojo. Que me perdonen, pero yo creo en las dos cosas, en lo causal y en lo casual: el juego del azar, la rueda de la fortuna, circunstancias que sin mediar la voluntad de nadie en especial, para bien o para mal, se dan. Es claro que de eso no se puede hacer una religión, ni una forma de vida (mi agente de loterías lo sabe). Y voy a dar una ejemplo, nada enseña como los ejemplos. Hablando de este tema, me comenta una amiga que una tarde en la que no tenía nada mejor que hacer, se sentó a su computadora a leer un cuento que le envió un amigo de ella. El cuento hablaba de un personaje que había comprado un nicho en el cementerio de su ciudad y como tenía dudas acerca del estado en que se encontraba, fue al cementerio para cerciorarse de que todo estuviera bien. Unos empleados lo ayudan a sacar la lápida y en ese momento ingresa un cortejo fúnebre y presencian la sepultura de un difunto en un nicho vecino. Es decir, el cuento, sin relatar hechos extraordinarios, habla del delgado hilo de la vida. Roza con desapego esos temas que no tienen solución, nos cuesta pensarnos muertos, pensarnos nada, no me digan. Mi amiga estaba muy concentrada, leyendo tranquila en su computadora, cuando suena el teléfono. Una voz muy amable le habla desde un cementerio privado para ofrecerle una parcela. Mi amiga se asusta e insulta a la pobre promotora diciéndole que no es momento de llamar y menos para lo que llama. ¿Qué les parece? Al contármleo, solo se me ocurrió decirle que lo sucedido no era más que una rara coincidencia. Y ella me largó la fatídica frase: no creo en la casualidad, creo en la causalidad. Todavía me pregunto a dónde la llevará esa creencia y como es obvio, igual seguimos siendo amigos.

viernes, 8 de enero de 2010

Ser lo que se puede


“No tengo lo que quiero, pero quiero lo que tengo” decía con simpleza y buen filete el paragolpes de un humilde camión que esperaba como yo que cambiara de color el semáforo. Esa frase sintetiza muy bien lo que solía decir mi abuela en el sentido de que entendiéramos, aceptáramos y valoráramos lo que hubiésemos conseguido, sin perder de vista los deseos, de lo contrario viviríamos frustrados. Y pienso en Argentina, en el puesto 38° a 40° del mundo en varios indicadores de nivel de vida (bienestar, prosperidad, salud). Cuando les pregunto a mis amigos dónde piensan que estamos, me tiran: y… 70 u 80). Es decir, si hay 190 y pico países en el mundo, Argentina ocupa holgadamente el primer tercio, no está mal, pero para nuestra percepción de lo cotidiano está horrible. Suponemos que nuestro destino es estar entre los diez primeros. Algunos idiotas sostienen que llegamos a ser el sexto país del mundo (en PBI), y cuando me lo dicen les pido que se fijen cómo estaba la distribución del ingreso, que lean el informe Bialet Masse y cosas por el estilo. Porque, en definitiva, qué es lo que importa de la vida: el sentir que podemos satisfacer nuestros deseos sin que eso signifique atroces sacrificios (los hombres no necesitamos tantos objetos para vivir, pero sí necesitamos afecto). Sin embargo, atacan de nuevo: por nuestros recursos naturales deberíamos ser una potencia mundial y vivir como duques. Entonces, contraataco: los países africanos deberían liderar ese ranking, hasta diría que muchos de ellos tienen más y mejores recursos que los que poseemos. Como decía mi abuela: por no querer aceptar cómo somos, pretendemos, en una absurda competencia, ser lo que no podemos ser. ¿Por qué no podremos ser aquello que creemos que deberíamos? Hay muchas razones, creo que la principal es que quienes tienen el poder real en nuestro país no les interesa el desarrollo humano, el actual status quo satisface en exceso sus necesidades. La cultura, entendida como forma de acción, se traslada desde el poder. Cuando el poder se corrompe, los ciudadanos nos corrompemos, porque el poder siempre instaura las reglas del juego, y enseña la manera de manejarse para sobrevivir (y si no, remitámonos a un grupo familiar). Entonces habría que ver quién tiene el poder real y cómo lo usa. ¿Cómo se han comportado en general nuestros gobernantes, nuestros jueces, nuestros empresarios, nuestros militares, nuestros religiosos, nuestros maestros o cualquier otro líder de toda calaña? ¿Nos enseñaron a trabajar en equipo? ¿Nos enseñaron el valor de lo colectivo? ¿No enseñaron que el Estado es una propiedad común y no un botín que financian los “tontos” que trabajan? ¿Nos enseñaron a no enriquecerse a costa del empobrecimiento del resto, pagando salarios que no alcanzan para una vida digna? ¿Nos enseñaron a despreciar la doble moral, condenando al Viejo Vizcacha sin festejar sus ocurrencias? ¿Nos enseñaron a valorar a quien se distinguía por sus méritos? ¿Nos enseñaron a que el sentido común no tiene ideología? ¿Nos enseñaron que un rol de liderazgo es una responsabilidad antes que un privilegio? ¿O solo lo hicieron a nivel discursivo? Qué largo me fui hoy, es que (debo reconocerlo) el tema por su complejidad además de excederme (como siempre, maldita sea), merece más lata. En síntesis: quiero decir que para tranquilizarnos un poco y dejar de vivir en este estado de “país de mierda”, propongo revisar el apotegma sanmartiniano y en lugar de repetir aquello tan terminante de “serás lo que debas ser, o no serás nada”, decirnos con cierta complacencia: “serás lo que puedas ser, o no serás nada”. Y además: ¿cómo se sentirán los habitantes de los países que en los rankings de bienestar (como Brasil y Chile, por citar algunos) vienen detrás de nosotros? Tal vez habría que revisar, si es que existe, algún índice de autosatisfacción, en ese seguro que estamos coleros, o uno de autodenigración, donde sí arañaríamos los primeros puestos.