viernes, 8 de enero de 2010

Ser lo que se puede


“No tengo lo que quiero, pero quiero lo que tengo” decía con simpleza y buen filete el paragolpes de un humilde camión que esperaba como yo que cambiara de color el semáforo. Esa frase sintetiza muy bien lo que solía decir mi abuela en el sentido de que entendiéramos, aceptáramos y valoráramos lo que hubiésemos conseguido, sin perder de vista los deseos, de lo contrario viviríamos frustrados. Y pienso en Argentina, en el puesto 38° a 40° del mundo en varios indicadores de nivel de vida (bienestar, prosperidad, salud). Cuando les pregunto a mis amigos dónde piensan que estamos, me tiran: y… 70 u 80). Es decir, si hay 190 y pico países en el mundo, Argentina ocupa holgadamente el primer tercio, no está mal, pero para nuestra percepción de lo cotidiano está horrible. Suponemos que nuestro destino es estar entre los diez primeros. Algunos idiotas sostienen que llegamos a ser el sexto país del mundo (en PBI), y cuando me lo dicen les pido que se fijen cómo estaba la distribución del ingreso, que lean el informe Bialet Masse y cosas por el estilo. Porque, en definitiva, qué es lo que importa de la vida: el sentir que podemos satisfacer nuestros deseos sin que eso signifique atroces sacrificios (los hombres no necesitamos tantos objetos para vivir, pero sí necesitamos afecto). Sin embargo, atacan de nuevo: por nuestros recursos naturales deberíamos ser una potencia mundial y vivir como duques. Entonces, contraataco: los países africanos deberían liderar ese ranking, hasta diría que muchos de ellos tienen más y mejores recursos que los que poseemos. Como decía mi abuela: por no querer aceptar cómo somos, pretendemos, en una absurda competencia, ser lo que no podemos ser. ¿Por qué no podremos ser aquello que creemos que deberíamos? Hay muchas razones, creo que la principal es que quienes tienen el poder real en nuestro país no les interesa el desarrollo humano, el actual status quo satisface en exceso sus necesidades. La cultura, entendida como forma de acción, se traslada desde el poder. Cuando el poder se corrompe, los ciudadanos nos corrompemos, porque el poder siempre instaura las reglas del juego, y enseña la manera de manejarse para sobrevivir (y si no, remitámonos a un grupo familiar). Entonces habría que ver quién tiene el poder real y cómo lo usa. ¿Cómo se han comportado en general nuestros gobernantes, nuestros jueces, nuestros empresarios, nuestros militares, nuestros religiosos, nuestros maestros o cualquier otro líder de toda calaña? ¿Nos enseñaron a trabajar en equipo? ¿Nos enseñaron el valor de lo colectivo? ¿No enseñaron que el Estado es una propiedad común y no un botín que financian los “tontos” que trabajan? ¿Nos enseñaron a no enriquecerse a costa del empobrecimiento del resto, pagando salarios que no alcanzan para una vida digna? ¿Nos enseñaron a despreciar la doble moral, condenando al Viejo Vizcacha sin festejar sus ocurrencias? ¿Nos enseñaron a valorar a quien se distinguía por sus méritos? ¿Nos enseñaron a que el sentido común no tiene ideología? ¿Nos enseñaron que un rol de liderazgo es una responsabilidad antes que un privilegio? ¿O solo lo hicieron a nivel discursivo? Qué largo me fui hoy, es que (debo reconocerlo) el tema por su complejidad además de excederme (como siempre, maldita sea), merece más lata. En síntesis: quiero decir que para tranquilizarnos un poco y dejar de vivir en este estado de “país de mierda”, propongo revisar el apotegma sanmartiniano y en lugar de repetir aquello tan terminante de “serás lo que debas ser, o no serás nada”, decirnos con cierta complacencia: “serás lo que puedas ser, o no serás nada”. Y además: ¿cómo se sentirán los habitantes de los países que en los rankings de bienestar (como Brasil y Chile, por citar algunos) vienen detrás de nosotros? Tal vez habría que revisar, si es que existe, algún índice de autosatisfacción, en ese seguro que estamos coleros, o uno de autodenigración, donde sí arañaríamos los primeros puestos.

2 comentarios:

  1. Sr. Viento en Contra, eso de medir todo es una curiosa manía. Parece que la ilusión de mostrar la "realidad" en números es casi una evidencia de la "verdad". El viejo sueño de objetivar lo subjetivo.

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  2. Es que, amigo Jorge, imgínese frente a un médico que le dijera que no le puede dar un diagnostico porque sabe de su fiebre (pongamos 39°), pero no cuál es su sensación térmica.
    Comparto que la "verdad" es incognoscible, solo que divierte tratar de conocerla.

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