jueves, 15 de enero de 2009

Discépolo me amarga

¿Cómo leemos los argentinos “Cambalache”? Para algunos es la descripción más acabada de la realidad (al menos del joven siglo XX), un verdadero himno, esencia del tango. Yo creo que nosotros agradecemos que alguien nos haya avisado como son las cosas, que todo está perdido, que todo da lo mismo, para poder adaptarnos activamente y sacar partido. Es decir, ese tango no nos propuso por su contraria una superación de nada, ni nos ayudó a discriminar, sino a resignarnos a ser lo que somos en nuestro costado más fatal. Los argentinos lo leímos al revés: “el que no llora, no mama” y “el que no afana es un gil” son apotegmas de la vida cotidiana que conviene seguir. Es tal la inequidad argentina, practicada con disimulado rigor, que esto que Discépolo describió como una horrible barbaridad se convirtió en dogma. Pregúntenle a cualquier empresario nativo (del rubro que sea), cómo le va en su negocio y oirá desde su opulencia el llanto más amargo. ¿Alguien más inteligente e instruido que yo podría hacer una lectura crítica de ese nefasto tango que tanto ha contribuido a (de)formar nuestra identidad?

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